domingo, 11 de marzo de 2007

LA CIUDAD DE LOS CESARES

FRANCISCO CESAR (la ciudad encantada)

"Se cuenta que la ciudad de los Césares se encuentra asentada en la orilla de un río o un lago entre un cerro de oro y otro de diamante. Que para su defensa posee una serie de poderosos fuertes, montados sobre colinas de valor estratégico. Su arquitectura sería sencillamente maravillosa, con sus arcadas, cornisas y capiteles de oro macizo. Sus templos y sus palacios de gobierno serían suntuosos, capaces de deslumbrar a cualquiera que, no siendo iniciado en los secretos de aquella ciudad, llegara a traspasar sus muros".

"Según la fantástica imaginación de los isleños, la ciudad de los Césares se encontraría surcada de hermosas y amplias avenidas que la recorren en todas direcciones. Se encontraría, además, circundada por relucientes y elevadas murallas metálicas, con torres intermitentes del mismo material y rodeada de fosos profundos con resistentes puentes levadizos para el tráfico de los iniciados en aquella isla opulenta y misteriosa, (1).

Otras versiones nos informan:

"Tiene hermosos edificios de templos. En la mayoría de las casas hay indios para su servicio. A la parte del norte y poniente tienen la cordillera nevada donde trabajan muchos minerales de oro y plata. El temperamento es el mejor de todas las Indias, tan sano y fresco que la gente muere de pura vejez. No se conocen allí las más de las enfermedades que hay en otras partes. (2).

"Esta ciudad, que llaman la Ciudad Encantada, está en la otra parte del río Grande poblada en un llano y fabricada más a lo largo que en cuadrado. Tiene esta ciudad sus estancias de ganados y heredades para recreo. Están adornadas estas heredades con sus alamedas de diferentes árboles frutales, que cada una de ellas es un paraíso. Finalmente por la abundancia de sus arboledas, parece un segundo paraíso terrenal" (3).

"Su situación está en una hermosa laguna. Es tan grande que ninguno da noticias de su término; es profunda y muy abundante de peces. Abraza la mayor parte del contorno de la isla, sirviéndole de total muro un lodazal tan grande y profundo, de tal manera que un perro que intente pasarlo no es capaz de desprenderse de él. En un extremo hay una tierra firme y es la entrada, fortificada de un foso de agua y de un antemural rebellín y últimamente de una muralla de piedra, pero baja. El foso tiene puente levadizo grande y fuertes puertas y un baluarte donde hacen centinela los soldado?' (4).

"Nada igualaba la magnificencia de sus templos cubiertos de plata maciza, y de este mismo material eran sus ollas, sus cuchillos y hasta las rejas de sus arados. Los habitantes se sentaban en asientos de oro. Gastaban casacas de paño azul, chupa amarilla, calzones de buché o bombachos, con zapatos grandes y un sombrero chico de tres picos. Eran blancos y rubios, con ojos azules y barba cerrada. Hablaban un idioma ininteligible. Acostumbraban tener un centinela en un cerro inmediato para impedir el paso de los extraños" (5).

Según estas descripciones la ciudad parecería haber estado ubicada en una isla. La mayoría de los que creyeron en ella la situaron en la parte austral del continente, sin mencionar de donde les venían las noticias. Hablaban de náufragos en el estrecho de Magallanes o en las costas chilenas como el padre Lozano que decía que las ciudades eran tres, "llamadas de los Hoyos, del Muelle y de los Sauces. Creíanlas situadas en los andes australes, frente al Chiloé y construidas por uno! náufragos españoles que se perdieron en el estrecho en tiempos de Carlos V" (6).

Otros atribuían el descubrimiento de la ciudad encantada al capitán de la armada de Sebastián Gaboto, don Francisco César.


EL NOMBRE DE LA CIUDAD INCREIBLE

¿Por qué las llamaban ciudades de los Césares?

Según Lozano se las había llamado de los Césares porque quienes las fundaron eran del tiempo de Carlos V.

Es una conclusión indirecta.

Si bien este emperador fue un nuevo César, su renombre como tal no tuvo trascendencia tan notoria, pues el título de Césares era por sobrenombre el de los emperadores de la familia romana Julia para conservar la dignidad del primitivo. Y Carlos Y era alemán.

Carlos V venció en sus guerras a Francia y su rey Francisco 1, quien hecho prisionero en Pavía (15 25) y traído a Madrid hubo de aceptarlas condiciones que se le impusieron. Francia buscó aliados poderosos como el papa Clemente VII y Solimán el Magnífico, emperador de Turquía.

Las tropas de Carlos V se apoderaron al asalto de Roma, la saquearon e hicieron prisionero al Papa en 1527. (En ese año Gaboto fundaba el Fuerte Sancti Spiritus). Terminada la guerra pasó Carlos a Italia y fue coronado Emperador por el propio Clemente VII, quien le dio la investidura de los reyes lombardos y los Emperadores de Occidente.

De ahí su velada dignidad de un nuevo César.

El habla popular se nutre de fuentes más directas y positivas, por eso casi todos coinciden en que el nombre de la ciudad encantada proviene de quien dijo haberla visto y estado en ella: el Capitán Francisco César.

Los compañeros de Gaboto que, saliendo en línea recta al oeste reconocieron la región de Cuyo, faldearon la Cordillera y llegaron al Tucumán, remontándose por él hasta el Cuzco, iban a las órdenes de un oficial llamado César y, habiéndoseles llamado por extensión los Césares dieron origen a la fábula de las quiméricas ciudades de este nombre" (7).

Canals Frau destaca que desde un principio se habló de los Césares en plural. Y agrega: "La causa de ello no puede ser sino que desde los primeros momentos se conocieron dos versiones: una originada en los componentes de la partida capitaneada por el mismo César que regresó a Sancti Spiritus y de ahí a España; la otra versión llevada por participantes de otra partida que traspuso la cordillera y llegó finalmente al Perú" (8).

En efecto, desde Sancti Spiritus salieron tres columnas compuestas por 14 ó 15 hombres y sólo regresaron 7. (9)

Dijimos que, de acuerdo con bu descripciones, la ciudad parecería que estuvo ubicada en Una isla. Para otros, en ninguna parte. Era una ciudad errante e inalcanzable. "La ciudad errante de los Césares enloqueció a mucha gente y dio origen a verdaderos mitos de una ciudad invisible o elevada en el aire por los ángeles a la llegada de extraños" (10).

Empero, hay gente que la localiza en algunas regiones:

Urbano J. Núñez (11) dice "haber sido los Césares los primeros en explorar el territorio puntano, en el cual la fantasía de los conquistadores ubicó durante muchos años la encantada ciudad perdida, rica en toda clase de placeres terrenales".

Versiones enciclopédicas nos expresan que los conquistadores españoles de la armada de Sebastián Gaboto denominaron ciudad de los Césares a una ciudad de que tuvieron noticias por los indios en sus exploraciones por el río Pilcomayo en 1528 y de la que afirmaban que estaba cargada de riquezas y situada en el interior de los Andes, refiriéndose sin duda al Cuzco de los Incas, residencia de los soberanos del "Tahuantinsuyu", pues no se descubrió, fuera del Cuzco, ciudad alguna que confirmara tales noticias. (12)

Buena referencia la de los indios del Pilcomayo, coincidente con lo que días después, al regreso del segundo viaje al Paraguay de la armada a Sancti Spiritus, diera el Capitán Francisco César.

¿Pudo llegar el capitán conquistador hasta el Cuzco o se entretuvo en el valle de Calamuchita o en los valles de San Luis?

Hay apasionados seguidores de la tesis de Ricardo Rojas sobre el "Elelin" que insisten, basados en la tradición indígena, que la ciudad encantada fue encontrada por César en el valle de Calamuchita. Con serias presunciones derivadas del recorrido del río Carcarañá (Tercero en Córdoba), del mapamundi publicado por Gaboto y de los datos sobre la indumentaria de los indios, su grado de industrialización para el tejido de la laña y la elaboración de los objetos cerámicos, aparte de su gran calidad de agricultores, su fama y aprestos para la guerra y sobre todo por los rasgos eugenésicos distintivos de otras tribus, se nos asegura que "ha sido develado por fin el misterio del lugar recorrido por el Capitán Francisco César" (13).

Tenemos en nuestras manos un enjundioso trabajo inédito del Dr. Hugo Sylvester titulado "Lin Lin o la ciudad encantada de los Césares" donde hace un pormenorizado estudio del gran cacique Quililto. Refiere, uniendo la ficción con la realidad étnica y geográfica, en un breve capítulo, de donde entresacamos algunos párrafos, el encuentro de las dos civilizaciones:

"Un acontecimiento extraordinario ocurre en aquella memorable fiesta del pescado, en enero de 1529. Quililto, niño, asiste a un espectáculo maravilloso... Trepado sobre los hombros de Halón Naguán, uno de sus tíos, en uno de los cerros más altos del pescadero, vio como muchos de los suyos, corrían río abajo en medio de una enorme algarabía... otros hombres, extraños hombres barbados, de quienes se sabía que permanecían desde hacía dos inviernos en las márgenes del Paraná llegaban en ese momento a las sierras de los camiares. El niño los veía avanzar y el encuentro de dos mundos se incorporaba suave, conmovedoramente, en la profunda emoción infantil. Un alto cerro turbó largo rato la visión hasta que de pronto los vio allí, muy cerca de él, a la sombra de un gran molle, serios, hermosos, íntegramente vestidos y coronadas las cabezas de tres de ellos con unos brillantes gorros metálicos: eran el famoso Capitán Francisco César y los gentilhombres Juan de Valdivieso y Francisco Hogazón, atrevidos hombres de Sebastián Gaboto que después de veinticinco días de marcha ininterrumpida remontando a pie el Carcarañá llegaban a las legendarias "sierras de la plata". Con sus doce compañeros, el jefe de ellos esperaba bajo el molle que cesara la algarabía".

Las páginas sobre Quililto quedaron truncas, porque la muerte segó el curso de las investigaciones que realizaba su autor. Esperemos que alguien recoja el hilo de la búsqueda.

Entre tanto, preguntémonos. ¿Siguió César hasta el valle de Conlara en San Luis? ¿Fue el grupo de Matías Mafrolo quien llegó hasta la zona austral y después remontó la cordillera hasta el Perú? ¿Quiénes estuvieron en el Aconquija, en el Pilcomayo, y en tantas partes?

Dejemos para el obispo de Placencia el mito de las ciudades encantadas australes argentinas y chilenas y rescatemos para la expedición de Sebastián Gaboto la totalidad de la leyenda cesárea. Será justicia.



EL CAPITAN FRANCISCO CESAR


Francisco César, el fabuloso personaje que dio su nombre a la legendaria y desconocida ciudad de Sudamérica de que venimos hablando, fue huésped de Puerto Gaboto, mientras el Fuerte de Sancti Spiritus tuvo levantada allí su empalizada.

Según Jiménez de la Espada, nuestro héroe era español, nacido en Córdoba. Medina amplía la referencia y dice que era hijo de Juan López y de Marina de Vilodes. Otros historiadores le adjudican la nacionalidad portuguesa, sin entrar en mayores precisiones.

Es probable que sus ojos se abrieran en las primeras horas del inicio del siglo XVI y, desde su origen se sintió tocado por la tradición del mar contagiado por el nombre de su madre doña Marina.

La primera noticia de él nos llega a los 26 años al enrolarse en la armada de Sebastián Gaboto, pero su vida de aventuras quizás haya comenzado una decena de años antes haciendo viajes a las Indias y a otras partes. Según su propia confesión tenía experiencia acerca de las enfermedades que asolaban a la gente de mar por haber visto cómo los marineros embarcados enfermaban. Así lo declara en una oportunidad cuando emite su opinión sobre este tema por haberle "acaecido en otras armadas, yendo en ellas a allende y a otras partes" ( 14).

Conoció a Sebastián Gaboto en la ciudad de Sevilla, antes de que éste partiera para San Lúcar de Barrameda para hacerse cargo de la armada como Capitán General.

Estando en Sevilla se enteró por medio del Contador Valdez de la nao "Santa María del Espinar" que un grupo de capitanes y oficiales de la armada, no contentos con la designación del veneciano como jefe de la flota se habían juramentado en el monasterio San Pablo de Sevilla para estar en contra de todo lo que hiciese Sebastián Gaboto, pues querían tratar a otro oficial llamado Francisco de Rojas como su Capitán General.

Francisco César contó al Veneciano lo que sabía y éste lo embarcó en la nave capitana. Lo hizo gentilhombre de su guarda por haber nacido entre ambos una corriente de simpatía que se tradujo en conducta adicta del subordinado que obedecía ciegamente a su jefe.

Su adhesión era tan grande que no trepidaba frente a obstáculos para defender a su amo. Tanto es así que cuando Gaboto llamó a Francisco de Rojas a declarar, acusado de conspiración, y previendo que Rojas trajera un puñal escondido en sus ropas para atacar al Capitán General, César fue puesto de guardia en la puerta de la cámara con el propósito de eliminar al declarante al menor indicio; hecho corroborado por el Capitán Gregorio Caro en una de sus declaraciones, cuando expresa que oyó decir "cómo un Francisco César, gentilhombre de la dicha su guarda, había estado armado encubiertamente por mandato del dicho capitán Sebastián Gaboto, para matar al dicho capitán Francisco de Rojas, e que lo había estado esperando para matarlo a la puerta de una cámara, dentro de la nao capitana" (15).

No sólo de hecho César defendía a su jefe, sino también de palabra y mucho tiempo después de terminadas sus hazañas en el río de la Plata. Sabido es que Gaboto perdió la nave capitana, la "Santa María de la Concepción" en un canal anterior a la isla de los Patos, hecho al parecer fortuito, pero que sirvió para acusar de impericia a Gaboto y a Antón Grajeda que llevaba el timón. Francisco César puso las cosas en su lugar cuando dijo "que vio ir a sondar a los nombrados (Rojas y Grajeda) e los vio tornar e que dijeron que podían entrar carracas dentro del dicho puerto, que no se apartó la nao capitana un tiro de verso de la vía que llevaba, poco más o menos, cuando dio la dicha nao en un bajo y se perdió, e que si fuese bien sondado, que supieran adonde estaba el bajo e no se perdiera la dicha nave" (16).

Participa también Francisco César en el triste episodio del destierro de los Capitanes Francisco de Rojas, Martín Méndez y Miguel de Rodas en la isla Santa Catalina. Estos capitanes juzgados por Gaboto, acusados de haber conspirado contra él, fueron abandonados en tierra en dicha isla.

Francisco César cumple la orden del Capitán General de desembarcarlos y mientras los lleva escucha que los condenados, desde el esquife, se dirigen a Gaboto a grandes voces:

- "Ah! Señor Capitán General ¿Adónde nos mandáis llevar?"

La pregunta se pierde en el vacío y a falta de respuesta, se dirigen al alguacil mayor que iba con ellos.

-"Señor Alguacil Mayor: ¿adónde nos lleváis? ¿Lleváisnos sentenciados a muerte o para dejarnos en tierra?"

El Alguacil Mayor atina sólo a decirles que no tengan miedo a la muerte.

En vista de la falta de explicaciones los condenados se ponen a dialogar entre sí:

--"¿Habéis hecho algo por donde vos mandaba echar en tierra?" -Pregunta Rojas.

- "No", dice Méndez.

- "¿Acordáos bien si habéis hecho algo o escrito algo que haya venido a noticia del Capitán General?" - pregunta Rojas.

- "Que me maten si el Capitán General no ha habido la carta que yo escribí para el Consejo de Su Majestad" - responde Méndez tomándose las barbas.

. "¿Cómo, tales cosas escribíades en la carta?" -inquiere Rojas.

Y Méndez aclara "que no era nada, sino sobre los cien ducados que se habían tomado en Las Palmas" (17).

Sebastián Gaboto tomó esta declaración a Francisco César para ver si encontraba otros motivos de condena, pero esta vez, César conmovido por la desgracia, refirió sólo un diálogo inofensivo.

Era extremadamente leal, pero no verdugo.

Más perspicaz que su jefe, se coloca a sabiendas incondicionalmente a su servicio, con el propósito que el Veneciano le otorgue el grado de Capitán, cargo que obtiene poco tiempo después. Pero antes demuestra ser confiable y de acción.

Sirve de gurupí en una subasta realizada en San Lázaro, ratificada luego en Sancti Spiritus. En la ocasión remata por cuenta de Sebastián Gaboto una taza de plata, un puñal con vaina de terciopelo y brocal de plata que pertenecieron a un armador fallecido en el puerto de los Patos, llamado Otavián de Brine. Ya en Sancti Spiritus, en oportunidad que Lorenzo de la Palma abrió una arcas y unos barriles para robar lo que quiso y huyó tierra adentro, Francisco César corrió tras él con otros acompañantes y lo trajo detenido por orden del juez Hernando Calderón (18).

Su nombramiento como capitán de la galeota que llegó hasta el Paraguay en la primera expedición no fue, como se dice, un acto graciable y de recompensa sino el resultado de un análisis prolijo de las condiciones de fidelidad, audacia y valor guerrero que adornaban al cordobés.

Vuelto a San Salvador con Sebastián Gaboto para preparar con García de Moguer la segunda expedición al Paraguay, obtiene en el puerto de las naos la autorización del Capitán General para organizar y hacer su famosa expedición tierra adentro que le dio nombradía en Europa y en América.

Un tiempo antes del inicio de la segunda expedición por parte de ambos capitanes Generales, Gaboto y García de Moguer, Francisco César regresa a Sancti Spiritus con muy pocos hombres y su gran proyecto.

Desde el mismo lugar de Puerto Gaboto "los césares" -así llamados después por extensión- emprendieron el viaje más prodigioso que contaron los primeros cronistas de la Conquista y sin temor a equivocarnos, de acuerdo a los antecedentes dejados, podemos afirmar que Francisco César fue el descubridor de las tierras de Córdoba y San Luis.

Las tres columnas, organizadas en la fortaleza del Carcarañá, partieron capitaneadas por este extraordinario conquistador que conducía personalmente una de ellas. Todos los integrantes tenían sus instrucciones que velaban por la seguridad y orientación de la marcha.

En un lugar no mencionado de las vastas extensiones recorridas aparentemente se juntaron dos de las tres columnas, que regresaron reducidas al Fuerte de Sancti Spiritus pocos días antes de la llegada de Gaboto y García de Moguer de su segunda fallida entrada en el Alto Paraná.

Otra columna, acaso con Matías Mafrolo a la cabeza, paisano del Veneciano y hombre también de su extrema confianza, siguió dando vueltas por estos territorios sudamericanos, sembrando con su presencia el motivo de muchos comentarios que se repitieron como ecos en cientos de lugares, para dar pábulo a las más disímiles conjeturas. Se dice que estos rezagados volvieron al Fuerte de partida y, al encontrarlo destruido, desandaron el camino y prosiguieron sus caminatas hacia las alturas del norte o hacia los lagos y las montañas australes.

Rui Díaz de Guzmán, por mentas de un Capitán González Sánchez Garzón, vecino de Tucumán, relato escuchado por el historiador 80 años después de la cesárea aventura, hace recorrer a los exploradores un dilatado itinerario que no condice con el tiempo transcurrido entre sus apariciones históricas y documentadas de Sancti Spiritus. Según Díaz de Guzmán llegan a la cordillera de los Andes, entran en el imperio del Perú y vuelven por el mismo camino al Carcarañá donde encuentran la fortaleza asolada.

Pudo tratarse de la columna que viajó separadamente de la principal.

Al no encontrar sus compañeros ni su refugio, desorientados, salen de nuevo para subir la cordillera y arriban a la zona austral de los grandes lagos andinos; luego caminan por la costa del Pacífico y alcanzan la región de Atacama para entrar posteriormente en el Cuzco y mezclarse con la gente de Pizarro. Monstruoso recorrido que comprende la región montañosa desde Tierra del Fuego hasta el Perú, donde los testigos o los imaginativos de ese peregrinaje, crean miles de leyendas basadas en ciudades errantes e invisibles.

A los Césares se los ve por todas partes, un autor (19), hablando del Aconquija dice que "ésta es ciertamente una tierra alucinante. Su influjo debió anonadar, sin duda, a los primeros españoles que la vieron. Estas son tierras fabulosas, tanto por su exuberancia como por el incentivo que ofrecen a los viajeros. Y sobre todo por el que ofrecían a los primeros hombres que vinieron de allende los mares y que serían aquellos cuatro soldados de Gaboto que, después de mil penurias arribaron a estos parajes en 1529, desde las márgenes del Paraná, en busca de la ciudad de los Césares o de Trapalanda. Años más tarde hicieron su entrada Diego de Rojas y los suyos en octubre de 1545. Las aventuras del viaje están envueltas en una atmósfera fabulosa, digna de los héroes de Virgilio".

Al autor le han contado o ha leído sobre cuatro soldados de Gaboto. Si salieron de Sancti Spiritus en 1529 deben de haber sido del grupo de Matías Mafrolo que supuestamente regresó al Carcarañá después ce la destrucción del Fuerte en setiembre de ese año. Ellos no buscaban la ciudad de los Césares, sino que fueron los Césares quienes dijeron haberla visto. Entre tantas posibilidades también la pueden haber transitado en las faldas del Aconquija, pues era tanto su misterio que, según Ricardo Rojas "pudiera ser ese reino de la esperanza hacia el que los hombres caminan en medio del dolor, tristes de no llegar a él e infatigables en la ilusión de buscarlo" y "para quienes creían en definitiva en ella no podía tratarse de una ciudad encantada: se podía transitar sus calles, estar en medio de la gente, sin uno saberlo..." (20).

Se confunde a los Césares con expediciones que partieron del Brasil en busca de los tesoros peruanos, como la enviada por Martín Alfonso de Souza desde San Vicente en 1526 que atravesó el Paraguay hasta el Perú o como la de Alejo García que partió desde Los Patos con náufragos de Solís, siguiendo el mismo derrotero y con idéntico destino.

Es bueno aclarar todo esto para no dañar la majestad de Sancti Spiritus. Está probado que Francisco César, el auténtico, el irreemplazable, el directamente César y los suyos partieron desde lo que ahora es Puerto Gaboto en tres direcciones que buscaban las sierras de Córdoba: "una que tomó por los quirandíes; otra por los curacuraes (caracaraes), y la otra por el río del Curacuraz (Carcarañá)" (21).

Lo que ocurrió por el camino y adonde fueron corre por cuenta de la imaginación de cada uno, pues nada concreto existe sobre el particular, salvo algunas tradiciones que vienen de Córdoba y de San Luis que dan visos de verosimilitud a algunas escalas.

Lo cierto es que Francisco César regresó a Sancti Spiritus, poco tiempo antes del desastre. Al parecer no intervino en la refriega debido a haber partido antes rumbo a San Salvador junto con Sebastián Gaboto de quien era compañero inseparable. No se batió contra los indios, pues de haberlo hecho no hubiese pasado inadvertido por sus compañeros, que no lo mencionan en sus relatos, ni se hubiese esfumado su valentía de indomable guerrero.

Como miembro de la expedición se le ve siempre actuando con firmeza, agresivo en sus iniciativas y cumpliendo fielmente la verticalidad de las instrucciones jerárquicas. Su valor como soldado está, debido a esas cualidades, al nivel de los mejores gentilhombres y capitanes, que en la flota conforman el equipo bélico.

Se agiganta cuando actúa solo y toma la cabeza de su columna para partir en busca de lo desconocido. Sabe orientarse y descubrir lo calificado; pero también sabe fingir. Los relatos que puso en su boca Rui Díaz de Guzmán estarían en esa categoría; pero no sabemos si esas versiones le llegaron deformadas al gran historiador paraguayo.

Después de la destrucción de Sancti Spiritus, Francisco César aparece esporádicamente en la documetación caboteana.

No se sabe qué pensaría este colaborador del Veneciano acerca de la actitud que debía adoptar la armada después de la destrucción del Fuerte, pues en la Junta de pareceres llevada a cabo en San Salvador el 6 de octubre de 1529 no aparece entre los opinantes. Hubiera resultado de interés conocer lo que pensaba, pues en esa Junta la mayoría se puso en contra de los proyectos de Gaboto. Pero como hombre de acción, César no se paraba en conferencias, sino que mientras la cúpula expedicionaria y todos los participantes se reunían para deliberar o para satisfacer las preguntas de un sumario que levantó Gaboto en San Salvador para conocer cómo se perdió Sancti Spiritus, nuestro personaje llevaba a cabo nuevas aventuras en una isla inhóspita donde fue dejado junto con Juan de Junco para hacer carnaje. En esa tierra despoblada y rasa que a veces era cubierta por las aguas cuando el río crecía, el Capitán César hizo lo que pudo: trajo algo de carne y "hallaron allí ciertos tasajos hechos cuando llegaron, que ya olían mal".

Después de esto y decidido el regreso a España, César se embarca en la nave capitana, la "Santa María del Espinar" y aparece en España trayendo dos indios esclavos que compró en San Vicente (Brasil). No se sabe si los vendió o los llevó de obsequio.

Efímeras son sus apariciones en los estrados tribunalicios de España. Al parecer era un hombre poco leguleyo y no quería mezclarse en declaraciones comprometedoras.

Inició sí un juicio para cobrar sus sueldos. En la Real Cédula dirigida a los diputados de la armada de Gaboto, se hace un reconocimiento del esfuerzo realizado por Francisco César al decirse: "Fueron con el dicho Sebastián Gaboto, donde han andado con él por el tiempo de cinco años y descubrieron tres ríos llamados el Uruguay, el gran Paraná y el Paraguay que son muy caudalosos y entraron la tierra adentro 300 leguas, donde descubrieron muchas generaciones de gente y tierra muy rica y de mucho oro y plata y piedras muy ricas, la cual dice les daban los indios por sus rescates, sino que el dicho Capitán Sebastián Gaboto no se los consintió tomar ni consintió rescatar ni contratar con ellos, en que han pasado muy grandes trabajos y necesidades y peligros de sus personas y pérdidas de sus haciendas", que después se vinieron a estos reinos "pobres y sin ningún oro ni otra cosa y desbaratados y sin tener con qué remediar sino del dicho sueldo" (22).

¡A esto llegó, a no tener nada, el descubridor de ciudades encantadas donde hundió sus manos en cofres repletos de los tesoros de los soberanos indios!

Pero la valía de este Conquistador no está en el caudal de sus alhajas, sino en lo que hizo en el descubrimiento dentro del territorio argentino y los que siguieron después en tierras sudamericanas, que pasaremos a relatar seguidamente.


FRANCISCO CESAR MAS ALLA DE PUERTO GABOTO

Quisiéramos concentrar la acción de Francisco César en el Fuerte Sancti Spiritus, de acuerdo a los planes que tenemos para el desarrollo de las pequeñas biografías o monografías de sus huéspedes. Pero Francisco César se escapa del marco estrecho al que queremos constreñirle, porque su figura como guerrero es de talla extraordinaria y trasciende más allá de los estrechos límites de la fortaleza caboteana.

Por otra parte, ya nos hemos ocupado en detalle de él en "Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus" (23).

Por eso, como personaje de excepción y por haber participado en la fundación de ciudades de nuestra hermana, la República de Colombia, seguiremos desarrollando sus hazañas hasta que fuera rendido por la muerte en los inhóspitos terrenos de un lugar de la Nueva Granada.

Dicen las crónicas colombianas que Sebastián Gaboto, después de su frustrada expedición regresó a España, dejando en Santo Domingo al Capitán Francisco César, donde poco después llegó don Pedro de Heredia, quien enganchó al joven César para la conquista de Cartagena.

Contrariamente a esto, la documentación de Indias demuestra que César regresó con Gaboto y llegó a España donde permaneció, mucho tiempo, y posteriormente aparece en las "Elegías" de Castellanos acompañando a Pedro de Heredia en San Juan de Puerto Rico.

Del "Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Colombia" (24), cuya parte pertinente nos fuera facilitada generosamente por la Academia de Historia de Colombia, liaremos un extracto de la fantástica actividad de nuestro héroe que no pudo substraerse de participar en su nuevo destino, de la búsqueda de un prodigioso reino conocido como "El Dorado". Pareciera que su presencia atraía lo imposible o que lo imposible apareciera con su presencia.

Acaso su aire marcial, sus maneras cultas, su arrojo y su extraordinaria valentía despreciativa de la vida hiciesen pensar que alguna relación tendría con lo sobrenatural.

En la Argentina creó el mito de la "ciudad encantada"; en Colombia debió marchar tras "el dorado".

¿Qué es "El dorado"?

Parece que el inventor de la expresión fue Sebastián de Belalcázar en 1536, después de oir a un indio de Bogotá la leyenda de un rey remoto que, una vez al año, después de untado su cuerpo con una materia pegajosa y espolvoreado de oro, se dirigía solemnemente a una isla lacustre y allí se metía en el agua, en una ceremonia ritual, presenciada por la multitud desde las orillas y acompañada por músicas y cantos. Los españoles interpretaron la leyenda como símbolo de un país de grandes riquezas, felicidad y abundancia, cuya pretendida situación variaba según las versiones y de una a otra empresa de conquista. La más fidedigna la refiere a la meseta de Colombia y reino de los Chibchas (25).

¿Quién fue Belalcázar?

Según la historia corriente su apellido era Moyano y nació en Belalcázar en las fronteras de Extremadura y Andalucía (España). Garcilaso de la Vega nos dice que su madre dio a luz trillizos y él tomó el nombre de Sebastián. Algunas versiones expresan que vino a América con Pedrarias en 1514. Jaime Arroyo (26) lo da como llegado con Colón en su tercer viaje (1498) y establecido en Santo Domingo. De esta isla pasó al Darién a servir bajo las órdenes de Balboa en la exploración de las costas del Pacífico. Fue alcalde en la ciudad de León a poco de fundarse en Nicaragua y le cupo la gloria de fundar Quito, la capital del Ecuador.

Su jefe, Francisco Pizarro, no lo pudo retener como subalterno y emprendió la conquista de tierras más al norte para gobernarlas.

"En Lacotunga (Ecuador) Luis de Daza encontró a un indio que no era del país y hablaba de su patria ponderándola por su abundancia en oro y esmeraldas. Refería un sacrificio singular del cacique principal de uno de los pueblos, el cual consistía en cubrirse el cuerpo con polvo de oro y bañarse luego en una laguna donde ofrecía a su dios alhajas de oro que arrojaba al agua. Al conocer Belalcázar la narración del indio se cuenta que exclamó: "Vamos a ver a ese dorado!" y de ahí el nombre de el dorado dado al país que buscaran con tanto afán y a costa de grandes sacrificios los españoles, cuya ardiente imaginación lo rodeó de maravillas" (27).

Después de esta explicación volvamos a Pedro de Heredia. Este conquistador nombró a Francisco César por sus excelsas virtudes y antecedentes su Teniente General y con ese cargo concurrió a la fundación y conquista de toda la provincia de Cartagena.

"Era tan popular entre los soldados que éstos no se manifestaban contentos sino cuando él iba en las expediciones, y llegó a tal punto el amor que le tenían los colonos que al cabo de algún tiempo el gobernador y su hermano Don Alonso empezaron a sentirse muy disgustados y hasta humillados con la popularidad de César?' (28).

Ese respeto unánime que le prodigaban sus compañeros le venía por su marcialidad y sus maneras amistosas, señalándose siempre como un valiente entre valientes. En la fundación de Cartagena estuvo a punto de perecer por su desmedido arrojo combatiendo contra los indios turbacos. "Lo salvó una especie de coraza de ante acolchada contra la cual se embotaron las flechas envenenadas" (29).

La paga por esas virtudes de parte del gobernador Heredia fue el despojo del cargo de Teniente General que otorgó a su hermano Alonso, quien a su vez nombró a César su segundo, disminuyéndolo por ende de jerarquía.

Don Alonso tenía ojeriza extrema a Francisco César y le confió tareas y misiones subalternas, no obstante que su hermano Pedro de Heredia le había dado instrucciones que, para compensar en algo la descalificación que le había hecho a César y su falta de protesta, no obstante el descontento de la tropa, le diese misiones para lucirse y ganar fama.

Pero el ex Capitán de Sebastián Gaboto era un predestinado y a cada misión que emprendía le ponía un sello luminoso.

Alonso de Heredia le había encargado alimentos, seguro de que no los traería en abundancia; pero César los trajo y además, para el asombro, también trajo 10.000 castellanos de oro que le regaló Tolú, cacique de la tierra.

Quiso César repartir entre sus compañeros esa fortuna en pago de sus sufrimientos y de sus esfuerzos, pero Pedro de Heredia, que la quería para sí, so pretexto de pagar los gastos del equipo, lo despojó de ella y por negarse a entregársela, César fue cargado de cadenas y condenado a muerte acusado de desobediencia y rebeldía.

¿Quién ejecutaría la sentencia?
No encontró Heredia ni uno de sus soldados que se prestara a servir de verdugo, tanto era el amor y el respeto que el sentenciado guerrero había conseguido. "La víctima continuó por un tiempo más con esposas y cadenas al cuello como un insigne malhechor" y junto con "uno de sus compañeros fue arrastrado en pos de la tropa, arriba y abajo por montes y por valles, encadenado como el peor criminal y sufriendo indecibles tormentos" (30).

De regreso a Cartagena, Heredia liberó a Francisco César, lo trató con desprecio y lo dejó sin empleo. Nuestro hombre fue a buscar fortuna en Panamá y de paso, en el golfo de Uraba tomó servicio con el español Julián Gutiérrez, comisionado por el gobernador de Panamá a restablecer una antigua población llamada Acla. Gutiérrez. casó con una india bautizada Isabel, hermana del cacique más influyente de la zona.

Alonso de Heredia, no abandonando su espíritu envidioso, no aceptó la prosperidad de Acla, ganada por Gutiérrez en concurso con los indios. Atacó a éste y lo hizo prisionero.

Nuevamente Francisco César debió enfrentarse con su antiguo enemigo y se refugió en el monte con el resto de la gente de Gutiérrez, en unión de la india Isabel.

Quizá haya recordado con ella la amistad que le prodigaron mujeres y princesas en sus interminables viajes en el territorio del río de la Plata y durante su permanencia en Sancti Spiritus en cuyos ranchos moraban las doncellas Yetirá, Anahí, Yará, etc. y la inefable Mangarí.

César no pudo resistir los ataques de Heredia y rindió sus amas. El Gobernador lo indultó y debido a las presiones que ejercían sobre él las tropas cartageneras que querían a toda costa contar con su antiguo jefe, encargó a su ex Teniente General que fuera en busca de El Dorado.

Con 100 soldados pretendió tramontar la Sierra de Abibe, áspera, boscosa, sin senderos. Debió cruzar ciénagas y obstáculos de la recia naturaleza hasta llegar al río Cauca. Allí César fue combatido por Nutibara, señor del país y pudo perder la pelea sino dieran muerte los castellanos a Quinunchú, hermano del cacique. En el campo sangriento quedó una india anciana a quien se le demandó sobre los tesoros indígenas. "Aterrorizada, la infeliz condujo a los españoles por en medio de bosques y por espacio de tres leguas hasta un punto en que las malezas eran de menor tamaño; les señaló una gran lápida que quitaron prontamente y por una escalera hecha de piedra, y alumbrándose para el intento, bajaron a la espaciosa bóveda en donde encontraron hasta cien mil pesos en oro fino".

Nutibara, mientras esto ocurría, reorganizaba su ejército y César se apresuró a abandonar el país.

La marcha había sido infructuosa en su sentido principal. rescatar de las profundidades de la laguna "del dorado" los tesoros existentes en los palacios allí sumergidos.

De regreso, una noticia importante conmueve la Gobernación. El visitador Vadillo enviado por el Rey desde España pone preso a los Heredia acusados de irregularidades en su gestión.

Y aquí aparece el alma noble de Francisco César, quien no obstante haber recibido los más grandes ultrajes de los Heredia, como la descalificación de su título, el despojo de sus dineros, el procesamiento, la condena a muerte, el oprobio de ser arrastrado por el territorio colombiano con un collar de hierro y una cadena al cuello, el castigo de un destierro, la privación de su trabajo y otras iniquidades, tiende su mano generosa a sus verdugos y se presenta ante Vadillo para que libere a Alonso y ofreciendo su bolsa y su aval para que a Pedro lo juzguen en España.

Es que al huésped de Puerto Gaboto no le hacen mella los ultrajes ni guarda rencor por las debilidades y falencias humanas de sus acusadores.

Francisco César sabe de la existencia de la "ciudad encantada" y sueña bañarse en las aguas de "el dorado"; ayuda a sus detractores para tener por bondad y no por soberbia, el campo abierto ante Vadillo.

El Visitador sabe que Francisco César es irreemplazable y lo saben también los guerreros de Colombia. Por eso es nombrado Teniente General de nuevo y en 1538, a la cabeza de 500 hombres de caballería y de 350 infantes parte en busca de sus sueños.

Nuevas vicisitudes en las sierras. Luchas y arreglos con sus indómitos habitantes. Las epidemias y las pestes acosan sin piedad en las infectas sabanas. Muertos y más muertos acometidos por las fiebres.

El oro estaba oculto en las tierras de Antioquía y en ninguna parte se advertían signos del cacique dorado.

La desgracia se cernió sobre él. Francisco César se sintió atacado por una fiebre quemante. Sabía de que sus tropas debían ignorar de que estaba minado y era su obligación de fingirse saludable para que no cundiese el desaliento.

Muchos días soportó el martirio sin pronunciar una sola queja hasta que, llegado a Corí, debió rendirse ante el designio divino y expiró en medio del lamento de sus afligidos compañeros.

El fatal desenlace ocurrió a fines de julio de 1538, con la gloria de haber conquistado Antioquía por su litoral fluvial del norte. Soñó con oro y murió sobre la tierra aurífera sin saberlo.

A través de la distancia que separa Colombia de Argentina haremos vibrar imaginariamente un mensaje fantástico que quedó flotando en los cielos de Sudamérica, emanado de este glorioso huésped de Puerto Gaboto que dice así:

Yo, Francisco César López, de Córdoba, España, sobresaliente y Capitán de la Armada del insigne Sebastián Gaboto, protagonista de los relatos que se hacen precedentemente, y luego compañero de Pedro de Heredia en la fundación de Cartagena de Indias y Teniente de Gobernador en la Nueva Granada, nacido en 1499 y muerto en 1538, en la flor de la edad, me declaro huésped agradecido de la tribu timbú que habitaba en Sancti Spiritus y los exonero del cargo de destructores del Fuerte".

"Agrego, que por mi temperamento guerrero pasé la mayor parte de mi estadía dentro de la fortaleza, aunque alterné también con la gente que vivía en las casas de paja del poblado, cuya humildad y pobreza avenida a las características de la servidumbre indígena, me sirvió de refugio y me confortó después de haber probado la falacia de los castillos de las ciudades de oro que me acogieron en mis viajes".

'Pido a los gaboteros que me tengan presente en sus recuerdos y no olviden que ese mismo polvo que pisan todos los días en sus recorridos pueblerinos fue sacudido también por mí, al dejar en él la impresión de mis pisadas, hace casi cinco siglos".

"Pido también que, si algún día quieren hacerme un homenaje, levanten una estatua en la margen izquierda del río Carcarañá, mirando hacia el nacimiento del río, con el brazo extendido señalando el camino que seguí con mis 14 valientes"

"Por último, encargo a los sentimentales que creen en la vida eterna, para que de vez en cuando hagan llegar a mi memoria, si es posible en los meses de julio, a la tierra de Corí (Colombia) que me admitió en su seno, una flor de burucuyá como recuerdo ".

"Dado en Puerto Gaboto, a los 456 años de la fundación del Fuerte Sancti Spiritus".



AMADEO P. SOLER
Los Gloriosos Huespedes
de Puerto Gaboto



NOTAS

(1) Jijena Sánchez, Rafael: "El curioso entretenido". Buenos Aires, 1961.
(2) Rojas, Silvestre Antonio de: "Derrotero y viajes a la ciudad encantada de los Césares".
En Colección De Angelis, Buenos Aires, 1969, Tomo ll, pag. 540.
(3) Falkner, Tomás: Ibidem, pág. 568.
(4) Pinwer, Ignacio: "Relación" pág. 5 7418 1.
(5) De Angelis, Pedro: "Discurso preliminar a la ciudad de los Césares". Ibidem, pág. 529.
(6) Lugones, Leopoldo: "El Imperio Jesuítico". Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1981, pág. 12.
(7) Lugones, Leopoldo: Ibidem, Pág. 94.
(8) Núñez, Urbano J.: "Historia de San Luis". Buenos Aires, 1980, Pág. 15.
(9) Soler, Amadeo P.: "Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus", Rosario, 1981, Cap. VIII.
(10) Gandía, Enrique de: Nota a "La Argentina de Rui Díaz de Guzmán. Ed. Huemul, Buenos Aires, 1974, pág. 93.
(11) Núñez, Urbano J.: Obra citada.
(12) Diccionario Espasa-Calpe, Madrid, 1957.
(13) Sylvester, Marisa: “La Ciudad de los Césares, persistente mito argentino", en "Todo es Historia", Buenos Aires, Diciembre 1967.
(14) Medina, José Toribio: "El Veneciano Sebastián Gaboto …" Santiago de Chile, 1908, Tomo 1, pág. 235.
(15) Ibidem. Tomo 11, pág. 129.
(16) Ibidem. Tomo II, pág. 145.
(17) Ibidem. Tomo U, 154.
(18) Ibidem. Torno U, píg. 413.
(19) De la Torre, Antonio: "Del Zonda al Aconquija". Buenos Aires, 1966, págs. 185/186.
(20) Sylvester, Marisa: publicación citada.
(21) Medina, José Toribio: Obra citada. Tomo I, pág. 194.
(22) Ibidem. Tomo U. pág 80.
(23) Soler, Amadeo P.: Obra citada.
(24) Ospina, Joaquín: "Diccionario Biográfico y Bibliográfico de Colombia". Bogotá, 1927, tomo 4 pág. 545.
(25) Diccionario Enciclopédico Espasa-Calpe. Madrid, 1957.
(26) "Historia de Colombia - La Conquista". Bogotá, pág. 84.
(27) Ibidem. pág. 85.
(28) Ospina, Joaquín: Obra citada.
(29) "Historia de Colombia - La Conquista". Bogotá, Pág. 68.
(30) Ospina, Joaquín: Obra citada.

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